Pero entonces, ¿qué es lo que busco? Simplemente borrar un inmenso malentendido, cuya falta corresponde al cristianismo. Se ha constituido en efecto una especie de “corpus” que prácticamente todas las tendencias cristianas han aceptado, y que nada tiene en común con el mensaje bíblico, ya se trate de la Biblia hebrea, que nosotros llamamos “Antiguo Testamento”, o de los Evangelios y las Epístolas. Todas las Iglesias han respetado escrupulosamente y con frecuencia sostenido a las autoridades del Estado, han hecho del conformismo una virtud mayor, han tolerado las injusticias sociales y la explotación del hombre por el hombre (explicando para unos que la voluntad de Dios era que hubiera amos y servidores, y, para otros, que el éxito socioeconómico era el signo exterior de la bendición de Dios), ellas también transformaron una palabra libre y liberadora en una moral (cuando lo más sorprendente es que justamente no puede haber “moral” cristiana si se quiere seguir en verdad el pensamiento evangélico). Efectivamente era de tal manera más fácil juzgar las faltas hacia una moral establecida que considerar al hombre como un todo viviente y comprender por qué actuaba así… En fin, todas las Iglesias han constituido un “clero” que detenta el saber y el poder, lo que es contrario al pensamiento evangélico (al principio se sabía, cuando se llamaba a los miembros del clero “ministros”: el ministerium es el servicio, ser un ministro es ser un servidor de los otros). Así, hay que borrar dos mil años de errores cristianos acumulados, de tradiciones erróneas.
Jacques Ellul. Anarquía y cristianismo. (Introducción. Pag 11)